domingo, 12 de junio de 2011

Dudas de un Existencialista (12-06-2011)

Siento interrumpir en mitad de la publicación de Historia de una Espada Quebrada, pero debía publicar este poema, entre la filosofía y la locura. Espero que haya quedado bien porque admito que la métrica está un poco tocada, alocada más bien (me dejé llevar, lo admito). Disfruten de este paréntesis entre la publicación de la novela.

Si acaso existiera un mapa,
tan grande,

que todo lo abarcara,
no seríamos nada destacables.
En verdad, no seríamos nada.

Ni cien mil lupas
servirían para vernos.
Ni con todas juntas,
llegaríamos a apreciar
nuestro paradero,
ese que nos gusta tanto llamar hogar.

Nuestros recuerdos.
Nuestras vidas.

Nuestros sentimientos.
Nuestras risas.

Nuestras muertes.
Nuestra sonrisa.

Nuestras mentes.
Nuestra mirada.

Nada de nada,
perdurará cuando me vaya.
¿De qué sirve entonces
una simple mota de polvo ser?

El ordenador no me dará la respuesta.
Los libros callan sus pensamientos,
ante una pregunta como esta.
Y sus letras caen al suelo,
sin decirme siquiera.

Las gentes ignoran
mi pregunta.
Al vacío la arrojan,
pensando, no sin dudas,
que si no hay  nadie que la oiga,
nadie quede que la discuta.



Pero sigue en mi cabeza.
Miro al cielo,
y se me escapa la certeza.
El azul del lienzo
de nuestro mundo gris
devora mi razón de vivir.

Duda.
De nuevo, ese sentimiento
que siempre se me cruza.
Siempre despierto
en la realidad más cruda.
Pero, ¿por qué tan falsa me parece?

Harto de buscar y hallar,
me tumbo en el verde césped
a descansar.
Admiro las nubes, tan lejanas.
Las envidio porque no les hace falta pensar.
Las envidio porque pueden volar.

Pasa el reloj, y nada.
Simplemente, espero.
Quieto, mientras las nubes pasan.
Vienen y van, mientras desespero.
¿Quién me sabe responder?

Ah, desisto.
Nadie sabe qué decir,
cuál es la razón para vivir.
Nos creemos muy listos,
pero no hay ni uno que lo sepa.
Da igual que muchos lo crean.

Mente en blanco.
Y adiós existencialismos.
Sin nada claro,
insisto
en no pensar nada raro.

Nubes. En ellas me concentraré.
En sus formas y sus vuelos.
Se mueven felices, y veo
que es lo que querría ser.
Querría ser nube para no pensar.
Para solamente volar.

Pero, claro, eso daría igual.
La duda existencial volvería.
Y me carcomería
aún sin reflexionar.

Y en verdad, siempre nubes hemos sido.
Siempre los vientos del destino
nos llevan sin preguntar
sin nos queremos marchar.

Pues, ¿quién recordará
que la nube con forma de pez
se fundió con la de caramelo?
¿Quién verá más allá del velo?
¿Quién?

Bah, así la vida es y será.
Somos un puñado de nubes carentes de verdad,
moviéndonos por el infinito cielo
del tiempo.

Me río.
Me río ante todo.
Me río por haber perdido.
Me río por bobo.

Mis tonterías de existencialista
me han hecho llegar tarde a casa,
y aunque la cena aún no está lista,
es hora de volver
y dejar el libro de las preguntas
para la última vez.
Una vida después,
creo que me lo volveré
a preguntar.

Pero hasta entonces
mejor vivir sin motivo
que morir
con una razón que de nada me habrá servido.

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