Madrugada,
al
son de la medianoche.
Las
horas del día más largas.
Ya
sean en el bar o en el coche.
Hora
gastada.
Hora
de los sueños rotos
con
insomnio.
Y
cada paso del reloj sabe a poco
cuando
sólo quieres que amanezca ya.
Cansado.
Muy
cansado.
El
tiempo avanza como si tuviera sueño.
El
cielo, monótonamente apagado,
oculta
esas luces, a modo de regalo,
como
si nada más fuera cierto.
¿Y
qué hago yo entonces levantado?
Me
vendría bien dormir.
Pero
aquí estoy, sin reparo,
esperando
a que la noche se tenga que ir.
Pero,
es que no puedo.
No
consigo visitar a Morfeo.
Algo
no me deja
tumbarme
en la cama
y
poder apagar la vela.
Hora
gastada
para
mentes gastadas.
Necesito
una vida sabática.
Necesito
un día,
un solo
día
sin
meteduras de pata,
sin imprevistos
ni tonterías.
Un
buen día.
Como
notas desafinadas,
el
tic-tac me marea.
El
viento frío me estresa.
No
poder dormir, es lo que me faltaba.
Y es
que, soberanamente, me desespera.
Una
melodía ruidosa,
sin casi
música, ni ritmo.
Y ni
el tempo se fija en las notas.
Ojalá
durmiera,
me digo.
Ojalá
muchas cosas fueran,
me
digo.
Sin
querer,
me
he hecho un solo,
desafinado
y sin razón,
que
a su ritmo ilusorio
monta
con corazón
algo
que, en verdad,
no
sé lo que es.
Pero,
en tono de La menor,
las
cosas suelen mucho no ser,
y
con escalas de blues,
la
cosa no pinta bien
a
las dos de la madrugada.
Argh,
Morfeo.
¿Quieres
hacer el maldito favor
de
recogerme en guagua, taxi o trineo,
y
llevarme a tu mundo de sueño,
descanso
y vacaciones de crucero?
Porque
me estoy cansando
de
estar cansado.
En
fin,
el
mundo sigue
y yo,
supongo que también.
No
sé que en verdad está vez me pide,
pero
a la vida una patada del diez
sí
que le daré.
Y en
estas horas apagadas,
a
las dos y media de la madrugada,
entre
blues y notas desafinadas,
entre
cristales rotos,
caminaré,
pronto,
para
dejarme en mi cama caer.
Eso
si el tiempo y Morfeo
están
dispuestos a ceder.
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