Mece el viento los últimos instantes,
mientras se deshace todo alrededor.
Entre un eco distante,
en tu mirada y en la mía, todo acabó
Lo que una vez fueron recuerdos se
retuercen,
como vidrio en llamas.
Se funden irremediablemente,
volviéndose nada.
Para cuando despierte,
no me pertenecerán más.
Porque ya no cargaré el peso de mi
culpa,
amontonada por miedo a la soledad.
Ya no me levantaré podrido por la duda,
porque no caben más palabras en este gris
final.
El viento ahora acaricia de manera
diferente.
Poco a poco, las piezas de la vieja
armadura caen,
oxidadas, exhaustas de una batalla
inexistente.
Ahora cenizas, la vieja coraza descansa
fuera de mi mente.
El sol se despierta en lo alto,
sus rayos ahora bañan mi esperanza.
Con el último recuerdo,
se marcha la sombra de una noche sin
alma.
Aún rodeado de oscuridad,
ya no le temo al tiempo.
No me importa tener que volverme a
levantar.
El pesar ha desaparecido,
desgastado como una ilusión.
Veo tu fantasma, deambulando sin
sentido,
perdido en un pasado sin rumbo.
Buscando a un ser que ya no existe.
Y en el final,
te limitaste a observar en la lejanía,
esperando el milagro que no se iba a
obrar
Tropezando dos veces con la misma
piedra,
volviste a quedarte mirando cómo me
acababa por marchar.
Escrito por sangre y lágrimas,
esgrimo estas últimas páginas.
Este capítulo al fin cierra,
y ni tu mirada más plateada y gélida
lo puede remediar ya.
El epílogo fue escrito
porque no supiste mi mano parar.
Y así por fin el pasado deja en paz a
mi mente,
porque la brisa se ha llevado sin
retorno
las cenizas del 24 de noviembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario