domingo, 28 de agosto de 2011

Historia de una Espada Quebrada - Capítulo 2

On vacances. Así he estado durante este tiempo que no he subido nada al blog. Un gran verano, entre el tiempo libre, mis amigos, la playa, y mi novia: he estado ocupado. Pero bueno, he vuelto, y con una sorpresa. Como podéis apreciar, aquí tenéis la segunda parte de Historia de una Espada Quebrada. Espero que os guste. Comentad si queréis, ya que vuestra opinión es muy importante y me puede valer de mucho.


   Tres guardias más le seguían de cerca. Había esquivado a la mayoría en el interior del bosque, pero estos no desistían en su empeño de atraparle. Corría tanto como podía, pero, poco a poco, se le venían encima. Para ser guardias imperiales del ejército rojo, corrían velozmente. Condenados bebedores de birra, matones sin escrúpulos. Se habían entrenado bien para correr. Leu esperaba que, al menos, hubiesen sido entrenados bien en el arte de la espada; así tendrían algo de oportunidad contra él.

   El primero le alcanzó en mitad de un claro. No había forma de evitarle, así que Leu hizo lo mejor que sabía hacer, no tenía más remedio: matar.

      -¡Maldito traidor!- gritaba el guardia-¡Pagarás la muerte de los ciudadanos que asesinaste en Rivera con tu vida! ¡Desertor, morirás!

¿Y los muertos en la guerra?
¿Acaso tu enemigo
no se merece tu pena?
¿Acaso no vale tanto como tu amigo?
La vida es vida, nada más.
la muerte, soledad.
¿Quién es aquí el traidor?

     Todo pasó a la velocidad de una flecha. En un segundo, la espada de Leu había atravesado el cuerpo del guardia, sin apenas dejarle defenderse o reaccionar. Cayó fulminado a continuación. No había durado ni un instante.

   -Lástima que tus bonitas palabras no valieran más que tu muerte.

   Por un momento, Leu se quedó contemplando al cadáver, inmerso en sus oscuros pensamientos. Mas ese momento no duró demasiado, pues enseguida, las voces de más guardias le devolvieron al presente. Había tratado de evitarlos. Había tratado de pasar desapercibido, a través del Bosque Meridional, a varios días de Rivera. Allí el tiempo no era tan frío, ni nevaba tanto como en el pueblo fronterizo. Pero las noticias vuelan, y las suyas habían viajado más rápido que su marcha. Pero era lógico. Las noticias de un desertor asesino viajan más rápido que el hambre.
  
   Había tratado de evitar matar. Había tratado de dejar atrás a sus perseguidores, por el bien de ellos. Pero era inevitable. Derramar sangre sólo provoca más sangre. Y él debería  volver a ser el verdugo de esta historia.

Soy la sombra.
Juré ante tu honor,
y luché por tu honra.
Y sólo recibimos dolor.
¿Honor? ¿Gloria?
Bah, a quién le importa.
¿Pero quién es aquí el traidor?
¿Tu alargada sombra
o yo?

   Los guardias hacía rato que no tenían noticias, ni del fugitivo, ni del grupo que se adelantó a buscarlo. Algo no andaba bien en aquel bosque. Estaba atardeciendo, y los árboles se teñían de rojo, antes de dejar paso a la oscuridad de la noche. Pronto tendrían que dejar la búsqueda. De noche les ería imposible seguir, y conociendo la reputación del sujeto, mejor sería abandonar en cuanto caiga la oscuridad. Y el capitán sabía perfectamente del peligro que corrían todos.

   Un leve ruido alertó a la tropa. Diez guaridas giraron entonces sus cabezas y armas hacia el lugar de donde pareció proceder el ruido, pero nada ocurrió. Esto no andaba pero nada, nada bien, se decía el capitán a cada rato que pasaba. Pero lo peor estaba por llegar, sin que los pobres guardias los supieran; el final de aquella partida de búsqueda ya estaba escrito. Una sombra se movió tras él, desde el rabillo del ojo, y girándose velozmente, pudo ver como un brillante filo le atravesaba el pecho, y tan rápido como apareció, se desvanecía entre la oscuridad del anochecer. Mientras caía, moribundo, el capitán pudo ver una sombra, girando en torno a su grupo, mientras los gritos de dolor se apagaban, y los cuerpos de sus hombres caían, muertos. Y como si de una ilusión se tratase desapareció en la noche recién llegada.
 
   Lo último que el capitán pudo apreciar fue un leve susurro, casi inapreciable, que se perdería para siempre entre los bosques oscuros y ahora en soledad.
  
-¿Quién es el traidor ahora?


                                                                         La noche.
Hogar de los caídos.
Hogar sin reproches,
ni caprichos.
Hogar de mi alma
y la de los nunca nacidos.

Lugar de oscuridad
y silencio.
Lugar frío,
pero, al menos, hogar.

Nada.
Sólo sombras.
Como ellas, que entre las ramas,
en este bosque moran,
vivimos sin patria.
Sin nada.
Como la nada.
Pero, al menos,
es un hogar.

  Faltaban horas aún para el alba. El bosque seguía siendo un lugar tenebroso y oscuro, mientras Leu caminaba, entre absorto y perdido, entre las gruesas raíces. Absorto, porque sus pensamientos le absorbían a su mundo de recuerdos y errores. Perdido, no porque no supiera el camino; llevaba perdido desde que todo comenzó, desde que aquella montaña, aquella batalla, se tragara todo lo que una vez amó. Y aún se preguntaba por qué.