Leve
es la brisa
que
se lleva las páginas de este cuento.
Yo,
sentado, quizás sin ninguna prisa,
escucho
como se las lleva el viento.
Corto
es el suspiro, poco más
que un
simple murmullo.
Con
tantas voces que hay en el mundo,
¿quién
podría acaso notar
como
las lágrimas caen al mar,
al
vacío?
Basta ya, oscuridad.
Admítelo.
Te
has perdido en el olvido.
Lo
oyes detrás,
alcanzando
tu andar.
Podrás
escapar,
pero
no dejará,
no
cesará
ese
infernal puñal
se
te seguirá hundiendo
más
y más.
Todo
parece frágil.
Delicado
ante
un viento hábil
en
arrastrar lo que una vez
te
fue amado.
Caes
de rodillas,
entre
un mundo que se desvanece.
Los
recuerdos, las sonrisas,
todo
un pasado desaparece.
Ni
lloras, ni gritas.
Simplemente,
te dedicas
a
mirar.
Se
nubla la vista.
Se
nubla el día, toda tu vida.
Pronto,
caerás en la cuenta
de
que nada de lo que escribas
servirá
de veras.
Mil
letras,
mil
desdichas.
Perdido
hasta al escribir.
No
saber
que
vendrá después.
Si
existe un final,
no
lo quiero ver.
Las
notas se clavan en la sien.
El
mundo más bien parece del revés.
Más
bien, no parece nada.
Ni
ser, ni parecer.
Aleatoriamente,
sin
ideas.
Sin
inspiración.
Nada
sale adrede.
Y
recorriendo tus venas,
esa
sensación que te muerde
y te
pierde en tu propia mente.
Sin
sentido escribo.
Cada
palabra,
no
dice más que la nada.
Vivo
pero
no puedo pensar.
No
puedo.
No
quiero.
Ni
me atrevo.
Ni
debo.
Sin
sentido,
las
letras pierden el rumbo.
Y
sin rumbo,
poco
a poco, pierdo mi mundo.
No…
no sé que más mostrar.
Mejor
dejarlo así, sin más.
Basta
ya.
Basta
ya.
Basta
ya.
¿Qué
más puede quedar?
Como
las cenizas al fuego,
todo
se desvanece.
Como
cristales rotos,
brillan
y se retuercen.
Luego,
podrás descansar.
Sin
sentido, pero luego.
Pero
basta ya.
Mil
letras,
mil
vidas.
Mil
desdichas.
Mil
penas.
Mil
y un más
lágrimas
bajo la nada.
Nada
más.