lunes, 7 de noviembre de 2011

El Reflejo del Olvido (07-11-2011)





Es rara la sensación
que se tiene
cuando el suelo desaparece
bajo tus pies.

Es raro ver
los vientos caer,
y sentir el duro final.
Está cerca cada vez más.

Pero en realidad,
el que desciende al averno
soy yo, que sin parar
no dejo de temer
que lo que me espera
no será el cielo.
Sólo queda la opción del infierno.

Nubes, desapareced.
No queráis ver mi caída.
Sin merced,
pronto me estrellaré,
sólo con billete de ida.

La vista se alza.
Se mueve
al son de la gravedad,
que de mí tira y mata,
como si fuera la garra
del mismo diablo.

Cenizas.
Viento,
llévate mi recuerdo.
Llévate mi vida.
El tormento
del olvido duele,
pero no tanto como tus lágrimas,
y la pura verdad.

Cielo, húndete y esfuma tu mirada.
Ni todo el firmamento
se merece presenciar, de primera plana,
como mi sangre recorre los infiernos,
y mi alma, destrozada
me mira a través de ese maldito espejo.

Me acerco.
Lo siento.
Ese olor a muerto.
Esa sensación
de incertidumbre y pesar.
Pero saber que tiene un duro final.

Trato de tocarlo.
El reflejo ni me refleja.
Es como si ni mi sombra
ni se molestara en intentarlo.
Y es que yo tampoco lo haría.
¿Acaso yo valía
la pena?

Mar, trágame en tus abismos.
Devuélveme al tormento
que siempre me he merecido.
Aquel destello plateado y bello
no era para esta alma muerta.
Las cenizas no se merecen ni que te des la vuelta.

Mis pasos vacilan
en el vacío del precipicio.
Por temer caer,
por resbalar acabé.
Y más duele la caída al olvido,
cuando fallas el último intento
de agarrar la mano
del ser más querido.

Pero como siempre,
erré.

Abrazo el abismo oscuro.
Puede que no me agrade,
pero no hay castigo más duro
y merecido para aquel
que de la noche viene.

Es más bien karma.
Te da la felicidad,
y después,
devuelve el orden una vez más,
y retornas a dónde estabas.
En la más absoluta nada.
Sin ser, ni parecer.
Ni tan siquiera, querer volver.

Porque bien lo sé.
Los brazos de la oscuridad
duelen y te destripan.
Pero al menos no te llevas sin más
el golpe de precipitar.
Digan lo que digan,
infierno conocido
es mejor que volver a errar.

Estiro la mano,
en vano.
Un último intento
y las estrellas agarrar.
Pero sabes que es tarde.
Sé que es tarde.
Y sólo queda dejarse llevar
por la gravedad,
hasta el horrible final.

No llores por mí.
Yo no lo haría.
Yo no lloraría
a alguien que nunca llegó a vivir.
Pero si llegué a sentir.

Y cuando caes,
más y más,
te giras
y ves lo que dejas arriba,
y no puedes dejar de llorar,
mientras te lleva el olvido.
Entre cuerdo y totalmente ido.

Y a escasos metros,
sólo una cosa en mente tengo,
y lloro por darme cuenta
de lo que a lo lejos pierdo.
Y lo siento.
Cuanto lo siento.
Arrancándome el pecho.
Destripando mi cuerpo entero.
Bebiendo de los restos de un hombre muerto.

Logro tocar aquel espejo
que sólo devuelve
mi reflejo, triste y endeble.

Ese reflejo que se lleva las manos a la cabeza,
y desgarra el mundo con su alarido.
Me mira, y veo con miedo,
la mirada de un ciego.

Y, ya totalmente perdido,
mi sombra en el cristal
me llama entre quejidos.
Y con garras de acero y metal,
atraviesa el espejo
y me agarra del cuello.

Finalmente,
me arrastra.
Me lleva a la noche.
Aquella de donde nunca debí salir.
Aquella que me merezco.
Me dejo llevar de buena gana.
Porque,
¿qué he de discutir
cuando ya no puedo vivir?

Cada cual
tiene su propio castigo.
Y mientras,
me sumo,
con una última lágrima,
como rosa de hielo y plata,
pequeña.
Me sumo en el olvido.

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